viernes, 26 de junio de 2015

En Bostón, al ir y volver del instituto...


En Bostón, al ir y volver del instituto, pasaba frente a una iglesia católica, y de  vez en cuando, después de clase, entraba y se sentaba en uno  de los últimos bancos. Normalmente estaba  vacía pero a veces había vagabundos protegiéndose del frío y quizá una figura encorvada en oración entre los bancos o encendiendo las velas de la devoción. Julia se planteó hacer ambas cosas ella misma. Incluso pensó en buscar al sacerdote y pedirle que la confesara. Pero, ¿qué le diría?
"Perdóneme padre porque he pecado. Por mi culpa murió una preciosa joven en una montaña y quedó ciego mi novio y, ah sí, también murieron los cinco ocupantes del helicóptero de búsqueda y rescate."

domingo, 14 de junio de 2015

Echó un vistazo a sus compañeros...


Echó un vistazo a sus compañeros que estaban sentados en sus voluminosos trajes de salto en el escaso banco adosado a estribor del avión. Con la puerta abierta permanentemente, el ruido era excesivo para conversar, y en todo caso, a la mayoría de los paracaidistas les gustaba prepararse intimamente, encontrando así el estado de ánimo óptimo para saltar.

miércoles, 10 de junio de 2015

El sol centelleaba en el agua...





El sol centelleaba en el agua, sobre la que navegaban docenas de barcos diminutos impulsados por la vivificante brisa de San Francisco. Me senté en un banco  y vi a un hombre que lanzaba a su hijo un balón de fútbol y le daba instrucciones de cómo debía manejarlo. Levanté la vista y vi un par de cometas rojas con largas colas azules que se elevaban hacia el cielo.

lunes, 1 de junio de 2015

Y se derritió...


Y se derritió y lo fui comiendo porque el quiosco estaba muy lejos y cuando llegué al café la tía no estaba en la mesa. Me senté en un banco a esperarla, pensando que quizás había ido a algún recado. Miraba a mi alrededor con temor de no encontrarla y entonce la vi. La tía besaba a un hombre y ese hombre al que no pude ver bien se parecía al que había sentado a nuestro lado. Se estaban besando como en las películas, sin que hubiera espacio entre ellos. Estaban semiescondidos en una especie de recodo entre dos callejuelas, al abrigo de todas las miradas menos de la mía. No tenía edad para sopesar aquel beso, pero supe que mis ojos no debían mirarla, entonces regresé al quiosco y me quedé allí...