martes, 31 de enero de 2017

El percance no le disuadió de su propósito:

 

  El percance no le disuadió de su propósito: durante las horas que mediaban entre la llegada y el regreso de los jugadores, se sentó en un banco público, frente a El Sardinero, y estuvo practicando el ensamblaje del arma hasta adquirir un completo dominio de las operaciones. Por fortuna pudo conseguir plaza en el mismo avión en que regresaba el equipo después del partido. Ya era de noche cerrada, la luz interior de la cabina no era demasido buena, y al igual que en el viaje de ida, el avión iba dando bandazos.No obstante, logró desmontar el camión y montar el revolver con tiempo suficiente.

domingo, 29 de enero de 2017

El blanco rectángulo de la plaza fue atravesado...


  El blanco rectángulo de la plaza fue atravesado por un grupo de individuos. M. Andesman no veía más que una parte de aquel rectángulo. No tuvo tantas ganas de verlo como para llegar por ello a levantarse y dar los diez pasos que le separaban de la torrentera desde la que hubiera podido verlo, y ver, también, detrás de la hilera de bancos verdes, aún vacíos a causa del calor, el auto negro de Valérie.
  Se oyó un bailable.
  Luego cesó.

viernes, 20 de enero de 2017

Entre las escarpadas cúspides de los tejados...


  Entre las escarpadas cúspides de los tejados, los truenos lejanos retumban en los cielos grises como cañonazos de las grandes y antiguas guerras polacas de antaño. Cobijándose de la tormenta en la entrada de la iglesia, se queda mirando la boina azul hasta verla desaparecer tras una esquina.

La iglesia está vacía y el altar mayor se ve muy lejos. Discretamente y sin que nadie lo vea, se santigua antes de retirarse a un pasillo lateral y refugiarse en un banco estrecho. Allí donde un rayo de luz calienta la tela marrón rojiza descolorida del estrecho cohín, se pasa un largo rato arrodillado a modo de inane penitencia y añoranza, tocando la madera oscura con la frente, intentando no pensar en nada, o mejor dicho, no sentir nada.

martes, 17 de enero de 2017

-Tengo muchísimos trajes -insistió el famoso futbolista-,



  -Tengo muchísimos trajes -insistió el famoso futbolista-, y sería un placer para mí poderte regalar alguno. Habíamos compartido el mismo banco en la escuela, y tú me dejabas copiar. Al fin y al cabo, ¿qué significa para mí un traje? ¿Dónde quieres que te lo envíe?
  -No puedes hacerlo-contestó Andreas-, simplemente por el hecho de que no tengo domicilio. Has de saber que desde hace algún tiempo vivo bajo los puentes del Sena.
  -En este caso - dijo el futbolista Kaniak- te alquilaré una habitación, aunque solo sea con el fin de poderte enviar allí uno de mis trajes. ¡Vámos!
  Concluida la comida, el futbolista Kaniak alquiló una habitación, que costaba veinticinco francos por día, y se encontraba cerca de esa magnífica iglesia de París conocida por el nombre de Madeleine

domingo, 15 de enero de 2017

Un revoltijo de emociones me abruma hasta el punto de sentirme asfixiada...



  Un revoltijo de emociones me abruma hasta el punto de sentirme asfixiada entre las cuatro paredes del despacho. Cojo la gabardina y salgo a la calle. Sin plantearlo, mi pasos me llevan hasta el parque. Camino bajo los deshojados tilos, disfrutando del aroma que desprenden la lavanda y el romero de los parterres que bordean el paseo. Las hojas secas, muertas, de tonalidades ocres, componen una colorida y mullida alfombra que me adentra hacia la arboleda. Me siento en un banco rústico, de madera, miro al cielo de un sorprendente gris metalizado y suspiro.

viernes, 6 de enero de 2017

Al llegar, tuve la impresión de haber hecho un viaje al pasado...

  Al llegar, tuve la impresión de haber hecho un viaje al pasado. Colmenar parecía haberse congelado en plena Edad Media. Las casas de piedra gris, con tejados rojos y chimeneas cónicas, formaban una estampa muy distinta a la ciudad que había dejado atrás esa misma mañana. Alcé los ojos hasta el campanario y vi un enorme nido de cigüeña. Al fondo, las motañas verdes lucían sus cimas nevadas.
 Álvaro me esperaba sentado en un banco, junto a la parada de autobuses. Supe que era él al instante. No había nadie más en aquella plaza. Tras su desconcertante frase de bienvenida, tomó una de mis mochilas y me hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera.
  Di por echo que íbamos a su casa, en el pueblo, así que me sorprendió que se parara junto a un Land Rover y metiera mis cosas en el maletero. Aun así, entre en el coche sin rechistar. No sabía adónde nos dirigíamos. Tampoco me importaba.