viernes, 29 de mayo de 2015

Un día de noviembre...



Un día de noviembre, cuando todo sucedía sin detenerse a esperarme, tomé conciencia de mi estado. Estaba sentada, llorando, en un banco de la iglesia de las Mercedes. Miraba aquel mural del pintor García Ramil que he visto toda mi vida y que indefectiblemente me empujaba a contar sus figuras con obsesión.
  Conté ciento treinta y cuatro con los evangelistas y el coáo de angeles, pero me di cuenta de que unos angelitos se me quedaban traspapelados en la parte izquierda. Marina, mi hija pequeña, me cogió la mano y me miró arrugando la frente, redondeando sus ojos hermosos y oscuros, con esa cara que quiere decir: Ama, no te vayas lejos, que te necesito.

domingo, 24 de mayo de 2015

Te doy mi palabra...



Te doy  mi palabra, Mario, pero cada vez que te veía al solazo en el banco de enfrente de casa, con un periódico que entonces me empezaste a gustar, ya ves, yo creo que por eso, pensaba, "ese chico me necesita y debe ser muy apasionado", que me hacía ilusiones, fíjate, sin fundamento, de acuerdo, pero a mí, y te hablo con el corazón en la mano, me hubiera gustado tener que pararte alguna vez los pies...

jueves, 14 de mayo de 2015

Cuando era pequeña...




Cuando era pequeña -cuatro o cinco años-, su madre le pedía que la esperara después de clase sentada en un banco del patio del parvulario y le prometía que, si se portaba muy  bien, la dejaría columpiarse.
Su madre se retrasaba muy a menudo, a veces ni siquiera iba, y en esos casos la directora del colegio le decía a la niña que volviera sola a casa. Su padre, pese a sus promesas, no iba nunca. Y muchas veces, la niña esperaba hasta muy tarde, portándose bien, muy bien, que su madre llegara y la dejara columpiarse.


                                                                                          La tienda de los suicidas.