domingo, 12 de abril de 2015

Tampoco Dora pisaba por misa ni se le había perdido nada en parroquia alguna,


Tampoco Dora pisaba por misa ni se le había perdido nada en parroquia alguna, pero le daba no sé qué dejar a la niña sin bautizar. Para ella era algo que había que hacer porque había que hacerlo, asi que se plantó en la iglesia de la Paloma y pidió hablar con el párroco. Lo esperó sentada en los últimos bancos, y solo viéndole los andares ya le adivinó sus malas pulgas. Don Gregorio andaba por los sesenta años y nunca distendía el entrecejo, seguramente debido a una irritación retestinada por haberle tocado en mala hora aquella parroquia donde las tabernas tenían una feligrasía mucho más devota que la que él reunía cada domingo. Apenas un puñado de beatas que siempre le contaban lo mismo en el confesionario.

lunes, 6 de abril de 2015

BANCO RESPLANDECIENTE



Este es el banco donde paso junto a mi madre momentos felices enseñándola fotos de sus biznietos y dándome cuenta que alguna lágrima se la escapa... 

                al igual que el tiempo, se nos va de las manos... 

                         y  entonces le pido a Dios que pare el TIEMPO.

                                                                                                                     
                                                                                                                                  Geñin.

miércoles, 1 de abril de 2015

Elegía de un banco.





¿Y puede ser este solar mendigo,
lleno de calles harapientas,
la plaza en la que estuvo
el banco aquel, en que el hogar de ahora
el amor puso la primera piedra?
El banco ya no existe.
Nadie más que nosotros todavía
verlo podrá, ociosamente echado
a la sombra o al sol, junto a unas casas
que en familia vivían sus colores.
Parecía de todos aquel banco,
que no tuviese soledad ni mundos
de silencio interior; pero a nosotros
siempre nos protegía, recordando
que fue árbol con nidos y que tuvo
también su juventud de ramas verdes.
Y de aquel banco público,
huésped de una placita que el mar rumoreaba,
íntimo como un surco,
feliz como una ceja,
levantábase el bosque
de nuestras confidencias,
un enjambre
de economías y proyectos,
tu ajuar de novia, pájaros en la voz,
el hormiguero de los días
con su brizna de miel entre las alas
y con su luz amarga en ocasiones.
El banco aquel, una ilusión flotante,
dejaba de ser nube,
tocaba tierra firme
al ponernos de pie para marcharnos,
color la tarde de tus ojos.
Ya el banco no está allí.
La plaza misma
está cayendo a golpes de piqueta,
la abatirá la lanza de una calle
y no tendrá una cruz que la recuerde.
Pero él sigue anidándonos y acoge
nuestros brazos de hoy en su espejo de antes,
proyectada su sombra en nuestros hijos.
Fieles a su amistad, no lo olvidamos
nosotros y la mar, cuyos rumores
ni podrán arrancarlos de la sangre
ni serán derribados por barrenos.
¡Pobre banquito nuestro!
Ojalá te hubieran enterrado
en la canción de cuna de las aguas,
tendido entre las olas
desplegadas las velas del recuerdo.
Y así a ti mismo fiel continuarías
peregrinando nubes y horizontes
en tu vaivén de tabla enamorada.


(Entre cuatro paredes, 1968)