El sol centelleaba en el agua, sobre la que navegaban docenas de barcos diminutos impulsados por la vivificante brisa de San Francisco. Me senté en un banco y vi a un hombre que lanzaba a su hijo un balón de fútbol y le daba instrucciones de cómo debía manejarlo. Levanté la vista y vi un par de cometas rojas con largas colas azules que se elevaban hacia el cielo.
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