En Bostón, al ir y volver del instituto, pasaba frente a una iglesia católica, y de vez en cuando, después de clase, entraba y se sentaba en uno de los últimos bancos. Normalmente estaba vacía pero a veces había vagabundos protegiéndose del frío y quizá una figura encorvada en oración entre los bancos o encendiendo las velas de la devoción. Julia se planteó hacer ambas cosas ella misma. Incluso pensó en buscar al sacerdote y pedirle que la confesara. Pero, ¿qué le diría?
"Perdóneme padre porque he pecado. Por mi culpa murió una preciosa joven en una montaña y quedó ciego mi novio y, ah sí, también murieron los cinco ocupantes del helicóptero de búsqueda y rescate."
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