domingo, 12 de abril de 2015

Tampoco Dora pisaba por misa ni se le había perdido nada en parroquia alguna,


Tampoco Dora pisaba por misa ni se le había perdido nada en parroquia alguna, pero le daba no sé qué dejar a la niña sin bautizar. Para ella era algo que había que hacer porque había que hacerlo, asi que se plantó en la iglesia de la Paloma y pidió hablar con el párroco. Lo esperó sentada en los últimos bancos, y solo viéndole los andares ya le adivinó sus malas pulgas. Don Gregorio andaba por los sesenta años y nunca distendía el entrecejo, seguramente debido a una irritación retestinada por haberle tocado en mala hora aquella parroquia donde las tabernas tenían una feligrasía mucho más devota que la que él reunía cada domingo. Apenas un puñado de beatas que siempre le contaban lo mismo en el confesionario.

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