domingo, 3 de diciembre de 2017

Casi había tenido que discutir con Virtudes cuando pasó por casa a recoger el abrigo...



Casi había tenido que discutir con Virtudes cuando pasó por casa a recoger el abrigo, empeñada en que era mejor que esperasen allí y que en el hospital no hacían nada. La había dejado con la palabra en la boca. No la soportaba. Cuando estaba callada, entretenida en sus quehaceres simples y cotidianos, sin molestarle a su paso, podía sostener con cierta normalidad la convivencia, pero su presencia le provocaba tal rechazo que a veces tenía deseos de estamparla contra el suelo como a un gusano. En varias ocasiones había callado su boca viperina (tan brava ella) con un bofetón que hacía su efecto porque, entonces desplegando una ofendida dignidad, enmudecía durante semanas, liberándole de tener que mantener con ella conversaciones anodinas y sin sustancia. En sus incansables y limitados paseos miraba a Marta, tan quieta, sentada en el banco de madera, tensa en todo su cuerpo, los ojos clavados en una nada infinita, tan desamparada otra vez, tan frágil y tan alejada.

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