Se abrió la puerta y nos cruzamos con una mujer joven que llevaba a un niño de pecho en brazos. La criatura estaba envuelta en varias mantas y gritaba a plenos pulmón. La mujer estaba pálida y tenía los ojos enrojecidos por la falta de sueño. En el vestíbulo había esperando al menos una docena de personas, sentadas en bancos de madera. Unas jugaban a las cartas, otras miraban apáticas al vacío o fumaban su pipa en silencio. El olor que reinaba en la sala, mezcla de pus, tabaco y turba quemada le irritaba los ojos que empezaron a lagrimear.
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