Un revoltijo de emociones me abruma hasta el punto de sentirme asfixiada entre las cuatro paredes del despacho. Cojo la gabardina y salgo a la calle. Sin plantearlo, mi pasos me llevan hasta el parque. Camino bajo los deshojados tilos, disfrutando del aroma que desprenden la lavanda y el romero de los parterres que bordean el paseo. Las hojas secas, muertas, de tonalidades ocres, componen una colorida y mullida alfombra que me adentra hacia la arboleda. Me siento en un banco rústico, de madera, miro al cielo de un sorprendente gris metalizado y suspiro.
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