Al llegar, tuve la impresión de haber hecho un viaje al pasado. Colmenar parecía haberse congelado en plena Edad Media. Las casas de piedra gris, con tejados rojos y chimeneas cónicas, formaban una estampa muy distinta a la ciudad que había dejado atrás esa misma mañana. Alcé los ojos hasta el campanario y vi un enorme nido de cigüeña. Al fondo, las motañas verdes lucían sus cimas nevadas.
Álvaro me esperaba sentado en un banco, junto a la parada de autobuses. Supe que era él al instante. No había nadie más en aquella plaza. Tras su desconcertante frase de bienvenida, tomó una de mis mochilas y me hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera.
Di por echo que íbamos a su casa, en el pueblo, así que me sorprendió que se parara junto a un Land Rover y metiera mis cosas en el maletero. Aun así, entre en el coche sin rechistar. No sabía adónde nos dirigíamos. Tampoco me importaba.
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