La amplia estancia, tan entrañable para el joven dominico, en el ala del edificio dedicada a casa de labor, era a un tiempo la cocina y la habitación en que pasaban el tiempo y comían los criados y se recibia a las visitas de confianza. Unas sillas, unos bancos rústicos y unos taburetes. Dos grandes aparadores con cacharros de cobre bien cuidados y pulidos. Un cofre grande, decorado con tallas. Las paredes, encaladas. En una rinconera, imagen de la Madonna. Dos ménsulas entalladas adornaban la jácena, y de ella, como de las otras vigas, pendían manojos de hierbas y plantas medicinales que expandían un agradable aroma.
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